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El bloqueo sigue ahí y su intención es matar

Algunos fuera de Cuba piensan que el bloqueo es solo una justificación para los «errores cometidos por la dirección del país» que han dado al traste con el supuesto fracaso de nuestro modelo económico socialista. Dentro de Cuba también están los que opinan que los daños de esa política son «más muela que otra cosa». Pero, lo cierto es que, a pesar de algunas insuficiencias en la economía cubana, el impacto del bloqueo es real y trasciende lo puramente contable.

El mismo Lester D. Mallory, ideólogo de esta política genocida, no se imaginó que su idea perdurara tanto tiempo. Tampoco debe haber imaginado que los cubanos resistiríamos así al macabro engendro.

En las redes y en la calle, las personas se preguntan: ¿Un paquete de pollo con la bandera norteamericana en la Cuba bloqueada? ¿El buque Century Royal con 10 000 toneladas de granos desde Nueva Orleans hacia Cuba? ¿Y el bloqueo, no existe o es cuento de camino?

No resulta nada raro y no es nuevo que Cuba adquiera un limitado número de productos en Estados Unidos, lo permite la Ley de Reforma a las Sanciones Comerciales y Ampliación de las Exportaciones del año 2000, que autoriza la exportación de renglones agrícolas a Cuba, determinada al pago en efectivo por adelantado y sin financiamiento de Estados Unidos, condiciones que en la actualidad solo se exigen a la Mayor de las Antillas.

Esa misma legislación prohíbe los viajes de estadounidenses con fines turísticos a Cuba, al definir la «actividad turística» como cualquiera relacionada con viajar hacia, desde o dentro de Cuba, y nuestro país es el único con esa arcaica prohibición.

De las 243 medidas aplicadas por Trump, 55 fueron dictadas durante la pandemia de la COVID-19, en medio de una severa crisis económica y sanitaria global, lo que refuerza la intención de matarnos que tiene el bloqueo. Por si fuera poco, se opusieron a que Cuba adquiriera oxígeno medicinal en el momento en que entró en crisis su suministro por la avería en la principal planta productora. Estando allí, a solo 90 millas, prefirieron vernos morir.

Estos son quienes se presentan como amigos y salvadores de este pueblo y después tildan al Gobierno cubano de malo, en medio de una competencia desleal y el espíritu del subsecretario Mallory dando vueltas. Ese vecino país pudiera ser nuestro mercado natural de no existir el propósito manifiesto de rendirnos por carencias.

Pero, veamos el asunto ahora desde la otra orilla. Cuba cada año recibe millones de turistas, sin embargo, ninguno de ellos es estadounidense, porque para viajar a esta Isla tienen que aplicar a una de las 12 licencias que permite la democracia «a la americana». La República Popular Democrática de Corea, Siria, Irán, considerados por la Casa Blanca entre sus principales enemigos en la actualidad, o Vietnam, con quienes se enrolaron en una guerra que costó la vida de 58 220 norteamericanos, no tienen semejante condición. Para esos países solo hay una recomendación del Departamento de Estado de no viajar. La prohibición por ley solo es reservada para Cuba, desde 1996, año en que se aprobó la ley Helms-Burton.

Asimismo, seguir un capricho político impide que varias compañías de los propios Estados Unidos, con un interés marcado de invertir en Cuba, puedan hacerlo.

No hay que ir muy lejos para sentir en carne propia los efectos del bloqueo: en Nuevitas, la Fábrica de Fertilizantes necesita, para producir a toda su capacidad, un volumen de amoniaco que hoy no puede importarse, porque las pocas navieras especializadas en su transporte no se arriesgan a hacer convenios con Cuba, y cuando aparece alguna los precios son muy elevados, lo que encarece el producto final.

Lo mismo sucede con los cientos de tanqueros y supertanqueros de combustible que surcan el Mar Caribe, cualquiera pudiera entrar a este país de no existir la prohibición de 180 días sin tocar puerto norteamericano para los buques que arriban a tierra cubana.

Cuando se trata del bloqueo, no puedo dejar de pensar en mi brazo derecho, que hoy pudiera tener mayor movilidad si, en el momento en que lo necesité –hace ya unos años–, Cuba hubiera podido adquirir, regularmente, la toxina botulínica (Botox) utilizada, en este caso, como relajante muscular.

A lo mejor hoy, en lugar de escribir este comentario con una sola mano sobre el teclado, como lo hago, quizá hubiera podido utilizar también mi mano derecha, como lo hacen la mayoría de mis colegas.

El Botox, cuando aparecía en terceros países, costaba 470 dólares, sin embargo, allí mismo, a solo 90 millas de las costas cubanas, su precio no excedía de los cien USD.

El bloqueo no es un tratamiento selectivo destinado a los revolucionarios, sino que afecta a todos, incluyendo a niños de pocos meses de nacidos que todavía no saben, tan siquiera, lo que van a ser en la vida.

Además, como toda acción de guerra sicológica, el bloqueo deja la puerta abierta a que los cubanos sepan que siempre se puede apretar un poco más la tuerca; y ahí radica la esencia de permitir limitadas compras o viajes: que sepamos y temamos que siempre puede ser más fuerte.

A nosotros, mientras exista, no nos queda otra alternativa que intentar desarrollarnos creativamente, saltar el muro mientras podamos, con inteligencia y picardía, eso lo sabemos bien; pero no podemos cansarnos de decir que el bloqueo sigue ahí y su intención es matar.

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