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¿Votar o no votar?

Antes de que empezara el juego semifinal entre Cuba y Estados Unidos, durante el recién concluido Clásico Mundial de Béisbol, hubo quien vaticinó que la televisión quitaría el audio para que no se escucharan las consignas de Patria y vida (y otras un tanto menos cándidas), que tratarían de editar o de cortar la señal cuando sacaran un cartelito…, pero nada de eso pasó. Lo vimos todo, lo escuchamos todo, en televisión nacional. ¿Y qué pasó? ¿Qué lograron?

Pues habría que agradecerle a esa entrañable pandilla de odiadores, porque demostraron su peor cara, revelándose ante el gran público cubano como la grey repulsiva que son; porque incluso los que no simpatizan con el comunismo, vieron en ellos la alternativa oscura, el malo por conocer.

Uno de los «cartelitos» decía «La calle es el camino», haciendo «honor» a ese afán absurdo y cobarde de empujar a la gente en Cuba a hacer lo que ellos no se arriesgaron a acometer, de instigar a un conflicto del que ellos guardarían segura y prudente distancia. La gente sí que tomó la calle como camino… lo que pasa que no para lo que los odiadores querían, sino para celebrar a nuestros peloteros.

Quizá salieron con más entusiasmo después de ver el show patético de los que dicen querer lo mejor para el pueblo, pero conscientemente sabotearon a su equipo, abjuraron de su Patria y vistieron la franela del conjunto contrario. Y a pocos días de las elecciones, esa imagen nos ayuda más que mil discursos, más que diez mil spots, más que un millón de reuniones. Esa imagen es una instantánea de la Cuba que ellos quieren, la Cuba del entreguismo y la vulgaridad, de la bajeza y de la afrenta. Solo por no seguirles la corriente, vale la pena el voto unido mañana 26.

En ese sentido, este domingo tendrá una doble significación: no solo se elige a los futuros diputados a la Asamblea Nacional, sino que, como en cada elección, nuestro sistema político se somete a un tácito referendo. Así lo vemos nosotros y así lo ven nuestros enemigos, de ahí que lo ataquen con saña y traten de manipularlo todo a su alrededor.

El sistema electoral cubano no está armado alrededor de la noción de competencia entre distintos partidos políticos. Negar su carácter democrático sería equiparar, de forma mecánica, pluripartidismo con democracia: una solución tan simplona como errónea. El Partido Comunista ni postula ni elige, y no hay en el diseño de las elecciones el requisito de militar o no en una organización política. Y en todo eso hay una reacción, que se remonta a los primeros años de la Revolución, frente a esas fórmulas típicas del liberalismo que, siendo francos, en Cuba no resolvieron absolutamente nada.

Nadie está obligado a votar. Esa también es parte de nuestra libertad. Podemos también ir a las urnas y no votar por ninguno de los candidatos. Ese también es nuestro derecho: nadie nos va a reprimir por eso. Podemos llegarnos y marcar por un solo candidato en la boleta, o podemos marcar por el voto unido, por todos. Cada uno de los candidatos necesita de más del 50 % del voto popular para ser electo, incluido –¡maravillas de la «dictadura»!– el actual Presidente de la República. Votar es una decisión personal y es una decisión, por supuesto, política, que implica también cuánto apoyemos o no a nuestro sistema socialista, tan asediado y vituperado.

¿Hay cosas que mejorar en el diseño? Quizá. ¿Cosas que hacer mejor en la práctica? Definitivamente. Pero es nuestro sistema, nuestro modelo, nuestra forma de ver la democracia; y no pueden pretender imponernos su «libertad» sobre la base de fórmulas y frases manidas. Y de algo sí estamos seguros: en sus boletas este domingo no va a aparecer ningún influencer del odio, ningún nostálgico de la Cuba pre59, ningún ex-terrorista impune. Así que algo estaremos haciendo bien.

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