Aunque llegó y se fue del mundo cual torbellino, como su propia vida, la estela de la obra del pintor cubano Carlos Enríquez Gómez, nacido el 3 de agosto de 1900 en la localidad de Zulueta, actual provincia de Villa Clara, continúa imborrable entre lo más prominente de la plástica nacional.
Autor de cuadros muy famosos, entre ellos, uno que pervive en la memoria de los cubanos y de buena parte del orbe, El rapto de las mulatas (1938), es de igual manera, figura a asociar con la conocida casa-taller de la zona habanera conocida como Arroyo Naranjo: Hurón azul. Pero Carlos Enríquez es mucho más que cuadros y un sitio famosos.
De él se cuentan muchas historias, entre ellas, que era muy rebelde pues su tendencia era a romper con los moldes academicistas, en pos de nuevos estilos, razón por la cual sus creaciones gozaron tanto de elogios como de críticas. Era algo previsible. Su vanguardismo estaba expuesto, a todas luces. Lo demostró, junto a otras figuras del arte, en el primer cuarto del siglo XX. Por ello ha sido considerado como uno de los más grandes artistas de la plástica cubana de la primera mitad de ese siglo.
Fue un excepcional y creativo trabajador del arte, y hay quienes lo consideran el mejor pintor cubano de todos los tiempos. Su trayectoria más relevante pertenece a la pintura, en la cual hizo aportes de vanguardia e irreverentes con la academia, pero también incursionó en las letras, con la autoría de tres novelas llamadas: Tilín García, La vuelta de Chencho y La Feria de Guaicanama, esta última publicada póstumamente en 1959.
Estuvo entre los audaces creadores que alrededor de 1925 abandonaron de plano el academicismo y ofrecieron una propuesta de un estilo nuevo, audaz, que muchas veces resultó escandalosa.
Algunos entendidos consideran que es precisamente a partir de los años 30 cuando se define su indiscutible estilo personal, después de pasar por un ciclo creador llamado Español en el que mostró un fuerte expresionismo, con guiños oníricos.
Entonces presenta piezas de mayoría de edad, no solo para él, sino de la pintura cubana: Primavera bacteriológica, Crimen en el aire con Guardia Civil y su Virgen del Cobre, esta última un lienzo en el que está presente el sincretismo entre las creencias cristianas y africanas esencial en la cultura cubana.
Luego de múltiples viajes y estadías por diversos países se establece definitivamente en Cuba en 1935 con el aval de ser dueño ya de una audaz cosmovisión del arte, rebelde e innovadora primordialmente y se entrega a lo que sin dudas fue el gran gozo estético y humano de redescubrir el paisaje y a sus compatriotas, y hacerlos protagonistas de sus simpares creaciones.
En 1940 elabora la obra Dos Ríos, pues también el tema patriótico le resultaba cercano. Pero hubiera dejado de ser él si abandonaba el desnudo femenino, la voluptuosidad del trópico y no lo hizo, a lo que sumó viejas leyendas y consejas del campo, la dicotomía entre héroes y bandidos, el recuerdo a los patriotas, incluso expone el cariz de una reconocible denuncia social, aunque indirecta y no descarnada.
A 123 años de su natalicio este 3 de agosto, la obra del invaluable Carlos Enríquez forma parte de lo más valioso y querido de la cultura nacional. Dulce premio a tan gigante cultor del arte, merecida reverencia a su magnífica obra.
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