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Tati Mendoza, humilde y grande

Tati Mendoza

“Hubiera querido hacer más”, decía a menudo. Y con esa frase, soltada desde la humildad, José Antonio Mendoza Cedeño, popularmente conocido como Tati, el hombre que se nos fue ayer físicamente, dejaba entender toda su grandeza.

Una grandeza cultivada desde que en su Manzanillo natal empezó a jugar voleibol con un amigo y, andando el tiempo, se convertiría en integrante de la selección nacional que participó en el tercer campeonato mundial, celebrado en Francia en 1956.

El próximo año, cuando se cumplan siete décadas de ese torneo, casi fundacional para las selecciones patrias, deberíamos homenajear de verdad a Tati y todos aquellos que se enrolaron en el viaje de más de una semana hasta llegar a la “tierra de los francos”:  los hermanos Eugenio y Edgar George, Andrés Hevia, José García, Efraín Jorge, Olegario Moreno, Roberto Bowe, José Yedra, Jorge Cossío, Pedro Rey y Armando Perdomo.

A Tati parecía no importarle el hecho de haber sido pionero del deporte de la malla alta. Hablaba como si no fuera una leyenda viva de Cuba, contestaba sin poses, pausadamente, con una cultura que maravillaba a sus interlocutores.

Vistió la camiseta de las cuatro letras en los Juegos Panamericanos de Chicago 1959 y en los Centroamericanos y del Caribe de Kingston 1962, donde ya no solo era jugador, sino también el traductor e intérprete del técnico checo Lumir Miatecek.

En 1963  formó parte de la delegación que, tras un viaje azaroso hasta Bombay y luego un periplo hasta Yakarta, Indonesia, compitió en los llamados Juegos de la Fuerza. Esos viajes dejaron un semillero de anécdotas que es preciso rescatar.

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Cómo olvidar que Tati, junto a Eugenio George, formó el equipo juvenil de Cuba, del que salieron figuras tan virtuosas como Gilberto Herrera. Cómo olvidar que recorrió el país de punta a cabo en busca de talentos, a los que no solo enseñaba a jugar, también a comportarse virtuosamente ante la vida.

 “Era mi compañero y mano derecha… una gran persona, muy afectuosa, todo respeto”, dijo sobre Eugenio, en una entrevista con el periodista Tony Díaz Susavila, para remarcar la hermandad con el más grande entrenador cubano del voleibol. 

Tati fue amigo de Manuel “Piti” Fajardo, quien llegaría a ser comandante del Ejército Rebelde. Por eso sufrió su pérdida temprana (noviembre de 1960) y por eso hablaba a los jóvenes del ejemplo de aquel médico manzanillero.

Tal vez lo más llamativo en la historia de 88 años de este voleibolista es que nunca se apartó de las canchas, porque aun jubilado siguió dando consejos,  asesorando entrenadores y escribiendo trabajos investigativos.

No debe soslayarse, a la hora del recuento que fue el primer portador de la antorcha que recorrió el país, a raíz de los Juegos Centroamericanos y del Caribe de La Habana 1982. Tampoco que impartió docencia durante más de 50 años, no solo de Educación Física, también de Pedagogía, Sociología y Psicología.

Incontables galenos de hoy lo recuerdan como profesor caminando por los pasillos de la Facultad de Ciencias Médicas de Manzanillo, hablando sobre lo grandioso y lo pequeño, precisando asuntos de la historia.

Tati, el maestro de generaciones, el hombre nacido el 12 de enero de 1937, el de incontables medallas y reconocimientos, no merece que lo olvidemos después de su despedida física. 

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